Si Pessoa se valía de poesía, los aforismos y la filosofía, los protagonistas de \"El taller de escritura\" echan mano de la creación de una novela negra o policiaca en la que volcar sus expectativas, miedos o intenciones más personales. Partiendo del principio que la misma debe transcurrir en la localidad portuaria en la que viven, no tardarán, sin embargo, en llevar su nihilismo juvenil más allá de ese constreñido marco geográfico para situarse en la cúspide que siempre corona a la colisión entre realidad y ficción. Cuando en la actualidad se aborda, en un gran número de ocasiones, el estado actual de la novela como la meta proyección o mezcla entre datos autobiográficos del autor mezclados con hechos históricos más o menos cercanos al mismo o su familia, en El taller de escritura, esa simbiosis se aborda desde el magma que se produce cuando realidad y ficción se entrecruzan. La tan aludida falta de espíritu crítico de la juventud actual estalla en el film de una forma un tanto aparatosa, pues deviene en la estela que nos lleva hasta el choque entre religiones, nacionalismos o ese no saber enfrentarse a los diferentes. Una vertiente que, Olivia, una famosa novelista interpretada por Marina Foïs, experimentará de una forma que nunca pensaría que haría. La expiación de la violencia y sus límites a la hora de establecer donde empieza y donde acaba lo políticamente correcto, ataca en esta ocasión nuestros planteamientos más convencionales para situarnos en determinadas ocasiones frente a ese Mersault al que Camus dio vida en El extranjero, y que aquí viene de la mano de un joven Antoine, un lobo solitario que navega sin miedo por las peligrosas aguas de la violencia, la extrema derecha y la necesidad de una libertad que en muchas ocasiones sólo alcanza a través de la soledad y el silencio. Algo que sale muy bien representado en la secuencia en la que apunta a la luna llena en plena noche, como símbolo de la soledad del hombre frente a sí mismo y el universo que le rodea. Antoine es interpretado por un neófito y más que solvente Matthieu Lucci; un perfecto contrapunto para la sólida y comedida profesora Olivia; una Marina Foïs que refuerza su interpretación en la profundidad y serenidad de su mirada. Una calma que, sin embargo, no le sirve de amparo para salir del estancamiento de su última novela; un bloqueo que intentará solventar a través de Antoine sin ser consciente en ningún momento de adonde le llevará al final.
El taller de escritura se desarrolla de una forma lenta y titubeante al principio, en ese espacio de búsqueda o tanteo de aquello que se nos plantea, pero que no llega a definirse hasta que el guion detiene su mirada en Antoine, sus baños, sus momentos de soledad, sus videojuegos y en esa intimidad que gobiernan sus silencios; silencios expectantes más que proactivos, lo que le permiten dar un punto de vista a la historia que se desarrolla en el taller de escritura, diferente y, sin duda, de mayor valor literario que las del resto de sus compañeros, atemorizados todavía porque la ficción le gane la partida a la realidad. En ese juego, poco profundizado en el film, es donde éste cojea, como si Cantet no se atreviese a darle el verdadero valor a la imaginación que no se ve sepultada por la vida cotidiana. No obstante, el valor intrínseco de El taller de escritura está ahí, porque nos hace plantearnos esa visión alejada que tenemos sobre la juventud, muchas veces perdida en las telarañas de la ciber existencia y que, en esta ocasión, de la mano de Laurent Cantet se abre camino por sí misma, aunque sea a través de la confusión que crea la colisión entre realidad y ficción.
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